Sobre crítica literaria en el Perú: una conversación con Carlos Torres Astocóndor

Por Jean Paul Espinoza

Carlos Torres Astocóndor es licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Federico Villarreal y magíster en Literatura Hispanoamericana por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente se desempeña como docente en algunas universidades de Lima. Una de ellas es la PUCP y, precisamente, en sus instalaciones entablamos un diálogo a propósito de su tesis de pregrado, Hacia una deontología crítica peruana: la reflexión de los críticos literarios sobre el quehacer de la crítica literaria en el Perú (1970-2013).

Jean Paul Espinoza: Desde los planteamientos de Roberto Fernández Retamar[1], una gran parte de la academia latinoamericana insiste en considerar las condiciones de producción de una obra para aproximarnos al fenómeno literario. Sin embargo, en respuesta, algunos especialistas defienden aún el análisis formal como la vía más coherente de ejercer la crítica. A grandes rasgos, uno y otro grupo son frecuentemente denominados como contenidistas (o sociologistas) e inmanentistas (o puristas). ¿Cuál es tu posición frente a este debate? Si el desacuerdo, por lo general, suele suscitar mayores reflexiones, ¿cuáles son los principales aportes que nos han dejado ambos puntos de vista?

Carlos Torres Astocóndor: Ambos extremos son perjudiciales para el ejercicio crítico. Recuerdo que vi por primera vez algo del tema en Sobre literatura y crítica latinoamericanas (1982), de Antonio Cornejo Polar. En este libro se encuentran dos o tres artículos que abordan estas posturas antagónicas. Con lucidez, Cornejo presentó una visión muy valorativa de las dos. Del “inmanentismo”, por ejemplo, rescataba esta reflexión objetiva, científica y metódica de la literatura, y señalaba que eso es necesario e importante. Pero también enfatizaba que es imprescindible situar la obra en un permanente diálogo con sus condicionamientos sociales particulares. Entonces, yo considero que debe haber un camino en conjunto. Creo que es importante que el investigador analice un texto desde herramientas más vinculadas a la forma, como la narratología o la semiótica; pero también estoy convencido de que, si se queda en ese plano, cae en el peligro de ejercer una crítica estéril, una crítica que no aporta a una indagación por lo humano. El desafío para un profesional de nuestro campo es, precisamente, situar al objeto de estudio en un contexto mayor, más allá de las estructuras. En ese sentido, pienso que ambas modalidades de análisis son útiles, y que el crítico debería dar cuenta de sus aspectos porque la finalidad de la crítica humanista es, finalmente, responder preguntas por lo humano. Como Cornejo Polar lo ha demostrado en sus décadas de trabajo, creo que la idea es establecer una relación bidireccional entre las obras y la cultura/sociedad. Por ello, siempre guardo en la memoria un pasaje final de La formación de la tradición literaria en el Perú (1989) en el que Cornejo sostiene que la literatura es parte de y funciona dentro de una sociedad. Me parece fundamental que un crítico evidencie esto.

JPE: En un artículo previo a Parkinson, alzheimer y literatura (2017), Dorian Espezúa cuestionó hasta qué punto un abordaje interdisciplinario es pertinente si es que profesionales y estudiantes de Literatura emplean, con despreocupada flexibilidad, marcos teóricos provenientes de otras disciplinas, pese a no haber sido preparados académicamente en esos campos. Desde su punto de vista, la interdisciplinariedad está deviniendo en una superficialidad riesgosa que atenta contra la crítica literaria misma. Del lado contrario, en la célebre polémica de la revista Entre Caníbales, Richard Leonardo afirmaba que las apreciaciones de Espezúa proponían un retorno al análisis formalista, que reducía el texto literario a formas y estructuras. La discusión, ciertamente, fue sintomática habida cuenta que las polarizaciones en nuestro circuito académico se traducían en tensiones cada vez más flagrantes. Ahora, después de un par de años, ¿notas que la controversia sigue vigente en estudiantes y profesores?

CTA: El debate fue polémico, por supuesto. Se acusó a Dorian de postular un retorno a lo científico y objetivo, pero a la manera de los formalistas. Esto se debió, en gran parte, a que Parkinson, alzheimer y literatura tiene, entre otros objetivos, cuestionar duramente a los estudios culturales. En mi tesis he citado a Dorian para problematizar todo este asunto.

Ahora bien, yo he sido testigo de personas que asumían que el análisis puramente textual era urgente, necesario y, por momentos, satisfactorio por sí mismo. Pero cuando discutíamos con objetos de estudios más bien grises y ambiguos, ellos se alejaban o no querían hablar sobre eso. Entonces había dos caminos: o lo asumían como literatura, con cierto recelo, o dejaban de denominarlo como tal. Definitivamente, hay situaciones en las que los diálogos con otras disciplinas pueden esclarecer la naturaleza de algunos objetos literarios. Si tenemos una visión muy cerrada de la literatura y disponemos de lecturas muy conservadoras, podríamos perdernos la oportunidad de analizar textos que precisamente intentan transgredir las fronteras de lo literario.

Por otra parte, creo que también debería repararse en obras que, de ninguna manera, podrían enfocarse únicamente desde lo literario. Pensemos, por ejemplo, en las novelas de la violencia política. Ellas necesitan de una lectura desde un plano histórico y social —incluso jurídico— para poder entenderlas. Eso es indiscutible. En mi tesis de maestría, por poner un segundo ejemplo, yo analicé Peregrinaciones de un alma triste (1876), de Juana Manuela Gorriti. Yo tuve que leer varios libros de historia para comprender la situación de las mujeres en esa época, y determinar cómo la novela dialoga con los imaginarios sociales. Así, descubrí que en el siglo XIX era sancionable que una mujer viajara sola por Latinoamérica. Era mal visto, algo criticable y desdeñable. ¿Qué es lo que hace Gorriti para ocultar la osadía de representar a una mujer que se traslada de un lugar de Latinoamérica a otro? Utiliza el término peregrinación para revestir sus acciones de un matiz religioso. Si tú lees Peregrinaciones de un alma triste, te percatarás que cualquier registro religioso es secundario: estamos, evidentemente, ante una estrategia del discurso. Para entender esto, solo el título de la obra, es necesario haber comprendido las ideas dominantes de la época.  Y eso solo se consigue cuando se toma en cuenta los referentes históricos y culturales del libro, al margen de su pura textualidad.

JPE: Para iniciar una interpretación de cualquier obra literaria no solo es imprescindible tomar en cuenta los condicionamientos culturales de una época o el curso histórico de una nación, sino también los antecedentes críticos. Es importante, por eso, efectuar un mapeo de lo que se ha escrito acerca del objeto de estudio para evitar reproducir —deliberadamente o no— la lectura que otro ya haya propuesto anteriormente. En ese sentido, y de acuerdo con los aportes de Miguel Angel Huamán, en tu tesis explicas la importancia de un estado de la cuestión en cualquier trabajo de investigación. Quizá para profundizar en este aspecto podríamos apoyarnos de un ejemplo. Hace algunos meses, Lenin Lozano, doctorando en Estados Unidos, acusaba que, en uno de los ensayos que conforman su libro Poetas peruanos del siglo XX (2018), Víctor Vich planteaba una lectura muy similar a la de Camilo Fernández en un publicación de trece años atrás. Hubo, desde luego, posiciones muy distintas respecto a este impasse. Algunos argumentaron que podía suceder, coincidentemente, que las propuestas de lectura siguieran rumbos semejantes. Otros sostenían que, si bien las coincidencias son posibles, precisamente el trabajo del investigador debe ser indagar en la producción crítica en torno al libro que examina antes de escribir un artículo. Al margen de la veracidad o no de las imputaciones, el incidente revelaría la falta de diálogo que existe entre los mismos críticos. Y a esto habría que añadir que se trata de dos profesores pertenecientes a centros de estudios muy cercanos. Entonces, ¿consideras —al igual que Huamán— que en nuestros estudios literarios prima un carácter monológico, una dejadez de averiguar qué se escribió sobre la obra antes que uno la abordara?

CTA: Es sintomático el hecho de que dos universidades que están dividas por seis cuadras no sepan la producción académica de la otra. Eso es algo que debe resaltarse y repensarse, pues, como indicas, revela una falencia en las comunicaciones. Sería conveniente recordar aquí el texto de García-Bedoya, incluido en Indagaciones heterogéneas (2013), donde menciona la necesidad de recurrir al estado de la cuestión con un particular énfasis en nuestro circuito local, es decir, la reflexión autocentrada que busca pensar las diversas manifestaciones y situaciones latinoamericanas desde las propias tradiciones intelectuales, pero sin menoscabar las diversas perspectivas al respecto. Antes de analizar un texto con herramientas teóricas, es importante que primero uno se inserte en el conocimiento local. No sé con exactitud si Vich, en efecto, consultó el texto de Camilo o no, pero definitivamente debió hacerlo. Ahora, los comentarios que se desprendieron del suceso también pueden ser evaluados. Se dice, por un lado, que Vich empleó algunas herramientas semejantes y, lógicamente, arribó a conclusiones parecidas. Desde mi punto de vista, eso es posible de ocurrir; es más, sucede con frecuencia. Veamos: es posible, sí, que dos personas analicen un mismo objeto de estudio; es posible que dos personas utilicen los mismos fragmentos de este objeto de estudio; es posible que exista ciertas coincidencias con los aparatos teóricos. Pero aún más: también es posible que empleen herramientas metodológicas distintas, y lleguen a las mismas conclusiones. Con todas estas consideraciones, creo que hablar de un posible plagio no es tan seguro. Todo es perfectamente factible. Quizá por eso, aquí en Católica, se aconseja a los estudiantes abordar textos no tan conocidos: así se evita repetir, involuntariamente o no, las ideas de otro, y además se destacan libros no valorados en la actualidad. Creo que con este camino hay mayores posibilidades de entregar una mejor contribución a los estudios literarios.

JPE: Miguel Ángel Huamán llama la atención sobre las falencias que muestra una propuesta de lectura cuando utiliza un texto literario para probar conceptos ya establecidos por otros. Se refiere, en particular, a aquellos procedimientos de análisis que emplean la literatura para explicar nociones teóricas, generalmente formuladas en otros contextos. En consecuencia, se observaría que algunos críticos procuran que el texto encaje a cabalidad con la teoría sin tomar en cuenta la especificidad estética. Para Huamán, esto no solo es un camino erróneo sino que empobrece la obra que se pretende interpretar.  Dado tu paso por Villarreal y Católica, y seguramente al tanto de lo que se publica en San Marcos, ¿cómo aprecias este fenómeno en las universidades? ¿se puede sostener que constituye una forma válida de ejercer la crítica?

CTA: El uso de la literatura para explicar categorías teóricas lo veo en muchos académicos reconocidos. El ejemplo más evidente quizá sea Slavoj Žižek: utiliza pasajes de la literatura universal —también del cine y el teatro— para esclarecer algunos fundamentos del psicoanálisis lacaniano. Pero en su caso, creo que se trata de un uso justificado, pues sus libros procuran, precisamente, indagar en las categorías psicoanalíticas y filosóficas. Ahora, ¿qué sucede cuando un autor desarrolla una operación similar en un libro cuyo objetivo explícito es analizar, por ejemplo, la narrativa o la poesía peruana del siglo XX? Es un problema que en su momento reflexionó Miguel Angel Huamán, pero también Dorian Espezúa. Y, en este caso concreto, sus ideas apuntan a una conclusión parecida: que esto puede llevar a reducir a la literatura a un pretexto para explicar teorías no necesariamente literarias. Más aún: puede servir de pretexto para que el académico demuestre qué tanto domina una determinada disciplina del pensamiento crítico. Esto podría entenderse como una estrategia, válida o no, para inscribirse en círculos muy arbitrarios de la Academia y entablar, desde ahí, una red de afiliación, como lo propone Edward Said. No obstante, si enfocamos el asunto desde otro ángulo, este fenómeno también podría deberse a un afán pedagógico del investigador que quiere dilucidar categorías complejas a su lector, y para ello se apoya en la literatura. Creo que en términos específicamente didácticos sí podría funcionar, siempre y cuando se señale el propósito de su texto de manera clara.

JPE: Raúl Bueno afirma que ejercer la crítica es un acto descolonizador. En efecto, si una de las funciones básicas de nuestra especialidad es interpretar textos literarios y situarlos en diálogo directo con su contexto de producción, no es difícil notar que la reflexión crítica entraña un firme compromiso social y, por qué no, político. Pensemos, ya que los has mencionado, en Cornejo Polar. Indagar en la heterogeneidad conflictiva, en las contrariedades de una cultura y las huellas coloniales, ¿no es acaso también una forma de agenciarse y de intervenir en lo que ha naturalizado el pensamiento hegemónico? He ahí, sin duda, el gesto emancipatorio que proclama Bueno. Sin embargo, y a pesar de la trascendencia de este rol, es evidente que el crítico actualmente no posee notoriedad en la esfera pública: sus declaraciones, que antaño podían lograr impacto en el ciudadano común, ahora solo obtienen resonancia en círculos muy cerrados. Dado que en tu tesis escudriñas la figura del crítico en el Perú desde Espinosa Medrano hasta Dorian Espezúa, ¿qué factores crees que han contribuido a consolidar esta actual coyuntura?

CTA: La crítica como una actitud política me parece una noción muy relevante en nuestro quehacer. Pese a que muchos al inicio no lo noten, la nuestra es una labor que trasciende lo puramente académico. Desde el momento en que elegimos una determinada herramienta teórica o un objeto de estudio, estamos ya asumiendo una posición determinada de relacionarnos con el mundo. Desde luego, esto se torna más evidente cuando argumentamos, cuando intentamos sostener una hipótesis: ahí aparece una forma específica de presentar una visión y sustentarla hasta lograr la persuasión plena. Se me ocurre, por ejemplo, la crítica en torno a la literatura indigenista. No hace falta ser muy agudo para advertir que, aun con la pluralidad de enfoques, la idea que atraviesa todos los abordajes críticos, desde Escajadillo, Cornejo Polar o el último libro de Ubilluz, es que el indio padece los abusos de la opresión gamonal. Las novelas de esta corriente, entonces, procuran que el lector establezca una empatía con el indio, y sienta suya la injusticia y la indignación. En ese sentido, es claro que la narrativa y la crítica indigenistas son bastante políticas.

Respecto a tu pregunta sobre los cambios en la figura del crítico, creo que sería conveniente retroceder hasta el siglo XVII. Cuando yo leí el Apologético en favor de don Luis de Góngora (1694), noté que ahí surgía el primer discurso deontológico de la crítica literaria escrito en el Perú. En sus reflexiones, Juan Espinosa Medrano juzga muchos errores del crítico portugués Manuel de Faria y Souza —quien había denostado la poesía de Góngora y Argote—, y, tangencialmente, argumenta cómo se debía ejercer la crítica. Este gesto constituye una vuelta de tuerca en los comentarios literarios de la época. Con el tiempo, se advierte que las apreciaciones literarias se vuelcan por lo general en los prólogos. Si bien eran textos que debían solamente presentar a un autor, muchas veces constituían una ventana para emitir juicios sobre la escritura y la crítica, y así sentaban las bases del estilo, la trascendencia y el buen gusto. Poco a poco aparece esa inclinación por decir cómo se debería escribir y, sobre todo, valorar una obra. Así se gesta lo que yo denominé como la deontología crítica.

Ahora bien, para examinar el proceso de la figura del crítico en años posteriores, sería útil echar mano de los planteamientos de Terry Eagleton en La función de la crítica (1984). De acuerdo con su investigación, a principios del siglo XX los críticos eran también actores políticos, pues la esfera cultural y la sociopolítica mantenían una fuerte ligazón en esa época. Era muy claro que la crítica, en cualquiera sus formas, estaba en el corazón de la sociedad. Sin embargo, en el curso de las décadas, y debido a la superespecialización de las disciplinas, la crítica se replegó en la academia. De tal manera existe una sobrecarga en el tecnicismo y la superespecialización que a veces ni el propio estudiante de Literatura entiende una crítica académica si antes no está familiarizado con el marco teórico que se usa en el artículo que lee. Incluso, entre los mismos estudiantes no pueden comentar una obra sin recurrir a las herramientas teóricas; y si ellos mismos no manejan la teoría, o no están en sintonía, caen en el riesgo de no comprenderse y finalmente no compartir apreciación alguna. Ya con estas consideraciones podría entenderse por qué el crítico, en la esfera pública, no tenga voz ni autoridad. Nosotros, como humanistas, debemos comenzar a interrelacionarnos más con la sociedad. Si tanto nos quejamos de la falta de cultura, qué hacemos al respecto: ¿emplear términos complejos, anhelar publicar en una revista indexada, enclaustrar nuestros espacios de diálogo? Eso debería superarse con el tiempo.

JPE: Para culminar esta entrevista, quisiera preguntarte ya no por los representantes fundamentales de la crítica literaria en el Perú, sino por aquellos que vendrán. ¿En qué condiciones se están gestando las nuevas generaciones de críticos? ¿Cuáles serán sus principales ventajas y limitaciones en un contexto como el nuestro?

CTA: Podría comenzar por una limitación crucial: las condiciones laborales. Parece algo secundario, pero creo que ejerce un influjo decisivo en las personas que se dedican a la investigación. La mayoría de profesionales en Literatura trabajan en la enseñanza: institutos, universidades y colegios. Con la proliferación de centros de estudios privados, aparentemente se abre un campo de trabajo mayor para nosotros. Sin embargo, si observamos el panorama con objetividad, notaremos que solo se permite enseñar Lenguaje y Redacción, y eso si es que uno cuenta con el grado de magíster. Y mientras tanto… ¿qué hacer? Desempeñarse en otras labores muchas veces ajenas a nuestra formación. Esto antes no sucedía: ser parte de la enseñanza universitaria y la investigación era relativamente menos difícil, pues no había tantas trabas burocráticas.  Ahora son contados los que enseñan Literatura en las facultades de Letras y pueden compartir sus interpretaciones en clase y someterla a discusión, que es eso finalmente lo que enriquece a la crítica. A esto sumemos que el Estado no invierte en investigación humanista, y las pocas veces que lo hace pone a disposición una cantidad escasa de becas. De ahí que los nuevos talentos, si cuentan con recursos, se vayan al extranjero donde sí pueden desarrollar su potencial. Seamos sinceros: ¿quién quiere pasarse la vida corrigiendo textos y enseñando Lenguaje a estudiantes de primer año, y dejar a un lado investigación? Eso es duro. Yo creo que aquí las condiciones, tal como están, no son las más propicias para ejercer la crítica de calidad. Pensemos sino en la figura del docente investigador. Se supone que la universidad debería encargarle una mínima cantidad de cursos para enseñar (dos a lo mucho), y el resto de tiempo debería pagarle por investigar. Pero eso no sucede. Le dan la cantidad habitual de cursos y aparte le exige que investigue. La investigación y la crítica no son consideradas entonces como labores que requieran dedicación completa, sino que son tomadas únicamente como actividades extras. Creo que ese va a ser un factor crucial en la formación de las próximas generaciones de críticos.

 

Notas:

[1] Considérese los antecedentes de Martí y Mariátegui.

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